Tipos de apego y consecuencias en la adultez
La forma que tenemos de gestionar nuestras emociones, nuestro modo de relacionarnos con los demás, nuestra personalidad, cómo actuamos e incluso cómo construimos nuestras relaciones afectivas de pareja, están directamente relacionados con el tipo de apego que se ha desarrollado en la infancia entre los progenitores y los hijos.
Las primeras experiencias en nuestra infancia dejan una impronta profunda. El tipo de apego que establecimos con nuestros cuidadores tiene un impacto directo en cómo nos sentimos de seguros o en cómo manifestamos el miedo o la ansiedad. A continuación, vamos a explicar qué es el apego, los tipos que existen y qué implicaciones tienen en la vida adulta de la persona.
¿Qué es el apego?
El apego es un vínculo afectivo que se establece desde los primeros momentos de vida. Generalmente suele establecerse entre la madre y el recién nacido, pero también sucede con la persona encargada de su cuidado. La función del adulto no sólo es alimentarle, también es igual de importante asegurar el cuidado emocional, protección, seguridad, el desarrollo psicológico y la formación de la personalidad sana del niño/a.
El establecimiento del apego desde la infancia más temprana se relaciona principalmente con dos sistemas: el exploratorio, que permite al bebé contactar con el ambiente físico a través de los sentidos; y el afiliativo, mediante el cual los bebes contactan con otras personas.
El apego se compone de tres componentes: la construcción mental que permite establecer la relación de pertenencia e incondicionalidad, la unión afectiva que proporciona sentimientos de alegría y bienestar, y el sistema de conductas de apego focalizado en mantener un contacto privilegiado.
Según Bowlby y las investigaciones en psicología del desarrollo, es entre los seis meses y los dos años cuando mayor trascendencia tiene este tipo de vínculo con el bebé. Si al menos uno de los cuidadores/progenitores es capaz de responder a las necesidades del pequeño, éste tendrá mayores probabilidades de tener un desarrollo personal, social y emocional óptimo. Por el contrario, si ambos cuidadores descuidan sus responsabilidades, si no hay proximidad, contacto ni cuidado afectivo para aliviar las angustias, miedos e inseguridades, ese bebé sufrirá en la adultez los efectos de este estilo de crianza.
Funciones del apego
Algunas funciones del apego son:
- Ayuda a desarrollar y consolidar el cerebro del bebé y es tan importante para la supervivencia y el desarrollo en el Ser Humano (y otras especies) que se sitúa por encima de otras necesidades biológicas.
- A través del apego los seres humanos conocemos el mundo y sentimos seguridad y coherencia tanto sobre nosotros mismos como sobre aquello que nos rodea.
- El apego es tan innato que cuando un bebé es separado de su figura de apego, el cerebro activa todo un conjunto de emociones y conductas para buscar la cercanía y la seguridad en las personas significativas. Esto explica por qué los niños tienen ansiedad cuando se les separa de sus padres y por qué solo se calma cuando estos vuelven.
- El apego influirá en cómo seremos como adultos, en los conceptos que crearemos, en la seguridad que tendremos en nosotros y en el resto de personas, y en cómo vinculamos con las figuras importantes (hijos, parejas). Si en la infancia el apego ha sido principalmente ansioso, de adultos buscaremos o huiremos de un otro significativo (especialmente la pareja), teniendo miedo, ansiedad o ira si ésta se aleja o alejándonos antes para evitar el abandono.
- Del apego dependerá en gran parte la capacidad de regulación interna (emocional).
- Del apego depende que creemos una visión sólida y estructurada de nosotros mismos.
Si se producen dificultades en las relaciones primarias o en la seguridad del bebé, se pueden desarrollar los denominados traumas de apego. Según el estilo de los cuidadores se pueden formar 4 estilos de apego: seguro, evitativo, ansioso o ambivalente y desorganizado. Véamos en qué consisten.
Apego seguro
Cuando el adulto está en sintonía con el bebé, es sensible a sus necesidades, si es receptivo y da forma a una interacción consistente y altamente afectiva, estaremos por tanto ante la construcción de un apego seguro. Este tipo de apego está caracterizado por la incondicionalidad: el niño sabe que su cuidador no va a fallarle. Se siente querido, aceptado y valorado. De acuerdo con Bowlby, este tipo de apego depende en gran medida de la constancia del cuidador en proporcionar cuidados y seguridad. Debe tratarse de una persona atenta y preocupada por comunicarse con el recién nacido, no sólo interesada en cubrir las necesidades de limpieza y alimentación del bebé.
De entre los distintos tipos de apego, este es el más saludable. A partir de los dos años empezamos a ver cómo ese niño empieza a abrirse al mundo para explorarlo de un modo más independiente, feliz, seguro y optimista. Ese pequeño se siente validado emocionalmente, además de seguro para relacionarse con lo que le rodea porque cuenta con esas figuras de referencia que están pendientes de él.
Los niños con apego seguro manifiestan comportamientos activos, interactúan de manera confiada con el entorno y hay una sintonía emocional entre el niño y la figura vincular de apego. No les supone un esfuerzo unirse íntimamente a las personas y no les provoca miedo el abandono. Es decir, pueden llevar a una vida adulta independiente, sin prescindir de sus relaciones interpersonales y los vínculos afectivos.
Apego evitativo
Los niños con un apego de tipo evitativo, al contrario que los seguros, han asumido que no pueden contar con sus cuidadores, lo cual les provoca sufrimiento. Se conoce como “evitativo” porque los bebés presentan distintas conductas de distanciamiento. Por ejemplo, no lloran cuando se separan de cuidador, se interesan sólo en sus juguetes y evitan contacto cercano. Los niños que son inmersos en este tipo de ambiente, han comprendido que si quieren subsistir en su entorno, deben aprender a vivir con un amor deficiente, pobre y casi inexistente. Esas migajas afectivas hacen que se sientan muy poco valorados y que incluso lleguen a pensar que lo mejor es evitar toda relación de intimidad.
Por ello, estos niños no buscan a los cuidadores e incluso evitan el contacto con ellos. Los menores desarrollan de forma temprana, una autosuficiencia compulsiva con preferencia por la distancia emocional. Ésta despreocupación por la separación a menudo se ha confundido con seguridad, en distintos estudios se ha mostrado que en realidad estos niños presentan signos fisiológicos asociados al estrés, cuya activación perdura por más tiempo que los niños con un apego seguro. Estos menores viven sintiéndose poco queridos y valorados; muchas veces no expresan ni entienden las emociones de los demás y por lo mismo evitan las relaciones de intimidad.
Apego ambivalente o ansioso
Los progenitores que propician este tipo de apego, suelen expresar sentimientos o emociones contrapuestas hacia sus hijos variando sus respuestas, siendo en ocasiones las apropiadas con dinámicas afectuosas y capaces de nutrir cada necesidad de sus pequeños y al cabo del rato, pueden aplicar una interacción tan intrusiva como insensible y poco ajustada. Estas actitudes, acaban generando angustia a los niños/as y resultando uno de los tipos de apego más dañinos y desgastantes que podemos encontrar. Estos adultos establecen con sus hijos vínculos inconsistentes y defectuosos.
En este caso, los pequeños criados bajo este tipo de apego desarrollan conductas de elevada ansiedad e inseguridad. Experimentan ansiedad porque no saben qué tipo de respuesta van a tener. Todo ello hace que a menudo, estos pequeños se sientan recelosos y desconfiados y, al poco, actúen con terquedad, rabia y desesperación. Las emociones más frecuentes en este tipo de apego, son el miedo y la angustia exacerbada ante las separaciones, así como una dificultad para calmarse cuando el cuidador vuelve. Los menores necesitan la aprobación de los cuidadores y vigilan de manera permanente que no les abandonen. Exploran el ambiente de manera poco relajada y procurando no alejarse demasiado de la figura de apego.
Apego desorganizado
En este caso hablamos de entornos patológicos, de familias donde se dan dinámicas abusivas, agresivas y de maltrato físico o emocional. Este tipo de apego, es una mezcla entre el apego ansioso y el evitativo y se sitúa en el extremo contrario al apego seguro. Los cuidadores llevan a cabo conductas de abandono temprano en los infantes, cuya consecuencia en los niños es la pérdida de confianza en su cuidador o figura vincular, e incluso puede sentir constantemente miedo hacia ésta, por ello, estos niños presentan comportamientos contradictorios e inadecuados. Se podría decir, que los hijos de este estilo de apego carecen totalmente de apego hacia los progenitores o cuidadores.
Los menores saben que este entorno no es seguro para ellos, sin embargo, no conocen otra cosa, no tienen acceso a otro entorno o a otras figuras afectivas y por tanto, siguen unido a esos mismos cuidadores que no están ejerciendo de forma correcta sus responsabilidades. Todo ello tendrá sin duda un severo impacto en su desarrollo social, emocional, cognitivo en los menores: evitan la intimidad con los padres dado que no han encontrado una forma de gestionar las emociones que esto les provoca, por lo que se genera un desbordamiento emocional de carácter negativo que impide la expresión de las emociones positivas; además, tienen tendencia a conductas explosivas, destrucción de juguetes, reacciones impulsivas, así como grandes dificultades para entenderse con sus cuidadores y con otras personas.
Consecuencias en la adultez
Personalidad segura
Las personas que formaron vínculos seguros en la infancia con sus progenitores, tienen una mayor probabilidad de establecer patrones de apego seguros en la edad adulta. Ello se traduce en las siguientes dimensiones psicológicas:
- Mayor seguridad y autoestima en sí mismos para establecer relaciones sólidas.
- Tienen una visión positiva de sí mismos, y ello les ayuda a buscar parejas afectivas con las que construir vínculos igual de seguros, positivos y significativos.
- Sus vidas son equilibradas: valoran su independencia y a su vez, la importancia de establecer relaciones cercanas, fuertes y felices.
Personalidad evitativa
Experimentar en la infancia un tipo de apego evitativo, deja huella. En la edad adulta, se producen sentimientos de rechazo de la intimidad con otros y de dificultades de relación. Por ejemplo, las parejas de estas personas echan en falta más intimidad en la interacción. De este modo, es común que den forma a las siguientes conductas en la edad adulta:
- Son personas solitarias, perfiles que ven las relaciones (ya sean de amistad o afectivas) como lazos de poca trascendencia. Desconfían, no se abren emocionalmente, son esquivas e incapaces de satisfacer las necesidades de los demás.
- Son frías, cerebrales y hábiles a la hora de reprimir sus sentimientos. Su respuesta típica cuando hay algún problema, conflicto y discrepancia es casi siempre la misma, no responsabilizarse, poner distancia y huir.
Personalidad preocupada e insegura
- Crecer con un tipo de apego ambivalente/ansioso respecto a nuestros progenitores provoca que desarrollemos cierta inseguridad, una elevada autocrítica, baja autoestima.
- Tienen grandes dificultades en las relaciones sociales buscando siempre la aprobación de los demás. No saben decir que no y tienen muy desarrollado el sentido del rechazo, sufriendo en el contacto con los demás.
- Sensación de temor a que su pareja no les ame o no les desee realmente.
- Les resulta difícil interaccionar de la manera que les gustaría con las personas, ya que esperan recibir más intimidad o vinculación de la que proporcionan. Un ejemplo de este tipo de apego en los adultos es la dependencia emocional.
Todo ello hace que acaben estableciendo relaciones altamente dependientes. Ahí donde la propia persona, dada su inseguridad casi patológica, acabe siendo la principal enemiga de su relación afectiva.
Personalidad temerosa
Las personas que crecieron con un apego desorganizado tienen un problema esencial: la presencia de un trauma no resuelto. Esa infancia de abuso y maltrato genera una descomposición interna. Son perfiles fracturados emocional y psíquicamente que difícilmente podrán establecer una relación afectiva saludable y feliz.
De adultos suelen ser personas con alta carga de frustración e ira, no se sienten queridas y parece que rechacen las relaciones, si bien en el fondo son su mayor anhelo. En otros casos, este tipo de apego en adultos puede encontrarse en el fondo de las relaciones conflictivas constantes. En una infancia donde quedaron reprimidos algunos sentimientos y donde se vulneraron otros, se genera una realidad condicionada por una niñez donde no fue fácil establecer una conexión auténtica con los demás. Los niños crecen con grandes miedos, carencia de habilidades emocionales y sociales, inseguridad, baja autoestima, tienen una gran insatisfacción al relacionarse con los demás, tienden a huir de un gran abanico de estímulos que temen. En estos casos sin duda, lo más recomendable es acudir a un psicoterapeuta e iniciar una reconstrucción personal para poder establecer vínculos más seguros y satisfactorios.
Trauma por apego
Los traumas no resueltos por apego no seguro, pueden llegar a tener graves consecuencias psicológicas en la etapa adulta, cuyos síntomas empiezan a manifestarse a partir de la adolescencia. Algunos de los problemas más comunes son:
- Dificultad para relacionarse con la gente llegando incluso a gestar fobia social
- Miedo
- Ansiedad generalizada
- TOC, s
- Déficit inteligencia emocional
- Incapacidad de la persona de auto-calmarse y auto-regularse
- Disociación
- Dependencia emocional
- Evitación de los vínculos cercanos
- Miedo al abandono
- Visión del mundo como peligroso o demasiado seguro
- Visión distorsionada de los otros: como agresores, como manipuladores, como peligrosos o con malas intenciones.
- Visión de uno mismo como inseguro, incapaz, inadecuado, malo, víctima, peligroso, agresor…
- Conductas de protesta: llorar, gritar, agredir, suplicar… especialmente en momentos que sienten que el vínculo puede romperse o corre peligro.
- Llevar a las parejas a límites, ponerlas a prueba, estar constantemente buscando su aprobación o verificando que las quieren (especialmente en apegos ambivalentes), evitarlas activamente o sentirse atrapados en vínculos cercanos (apegos evitativos).
- No resolver los duelos adecuadamente
- No tolerar la frustración o ciertas sensaciones corporales.
- Engancharse emocionalmente a ciertos tipos de persona, incluso aunque estas puedan ser tóxicas o perjudiciales para uno.
- Suelen ser blanco fácil de abusadores, perpetuando la explotación emocional sufrida por sus progenitores
- Aventurarse en experiencias peligrosas o nocivas
- Desorganización de la personalidad y del concepto del yo
- Trastornos de la personalidad también se han relacionado con los traumas tempranos de apego.
- Baja capacidad de mentalización (pensar sobre uno mismo, sobre los demás o sobre las relaciones que se establecen), tomar sus pensamientos como ciertos, pensar más motivos de los que realmente existen, aceptar una conducta como la prueba de algo, etc.
Es posible modificar el tipo de apego en cualquier etapa evolutiva, cuanto antes se realice el cambio, mayor efecto e impacto positivo tendrá para la persona. Hay padres que realizan cambios en su forma de relacionarse de forma temprana con sus bebés, niños o adolescentes. Pero, ¿cuando los padres no toman esta iniciativa?, ¿que sucede, no es posible el cambio, siempre seguirán teniendo los mismos problemas? la respuesta es que se puede modificar el apego. En el caso de llegar a la adultez, es posible lograr un cambio, la diferencia es que de niños hubiera sido más rápido y efectivo con un simple cambio de los progenitores (más cómodo, más fácil), de adultos la mochila cargada con una gran variedad de traumas aumenta con la edad, reportando a su vez, mayor gasto energético al tener que trabajar más aspectos personales que no hay que olvidar: forman parte de su psique, estructura, mente, hábitos … etc pero lo importante es que sí que se puede cambiar el estilo de apego en la adultez. Para ello, es importante realizar un trabajo personal profundo con un psicoterapeuta que podrá ayudar a: reconocer estos síntomas, desarrollar nuevos recursos de afrontamiento, aumentar la autoconfianza, adoptar una actitud más resiliente y reconstruir nuevos esquemas cognitivos más adaptativos que permitan superar el trauma y retomar el control de la vida propia mediante una vida plena, feliz y más saludable.